sábado, 16 de enero de 2010

La vida, la muerte

A Javier Balibrea

Es sábado y hace frío. Como cada sábado salimos al campo a pasear. Vamos muy abrigados, lo que produce una sensación reconfortante de protección frente a la intemperie. Nos dolemos de un nuevo vertido de escombros a un lado del camino, ¿estaba ya la semana pasada? Nos adentramos en el monte. El paisaje es espléndido: pinos, ramblas profundas repletas de palmitos e higueras, pequeños valles que se abren entre montañas sensuales. Apenas un par de ciclistas nos saludan. Buenos días. Dos o tres paseantes se cruzan con nosotros. Los charcos, que el agua de las últimas lluvias ha formado en el centro del camino, están congelados. Disfrutamos como niños arrojando una piedra sobre su superficie, acariciamos la placa sólida que se resiste a nuestra presión. El milagro del agua convertida en hielo. Nuestra perra da unos tímidos pasos sobre ella y regresa a la orilla. Nos detenemos en cada uno, admirando los efectos del frío, tan raro en estos parajes. La tierra está porosa, agujereada, el hielo la ha esponjado y se hincha, frágil, como embarazada.

Los cazadores recogen sus escopetas y sus perros; comen naranjas cuya piel, rizada, dejan caer al suelo. Buenos días. Charlamos, rehacemos el mundo. Disfrutamos del privilegio de vivir en una sociedad tranquila, segura.

Llegamos al final de nuestro recorrido, al rito de mirar el valle que se extiende hacia Alicante. El silencio es roto demasiado a menudo por los amantes del moto-cross, que erosionan el monte enfundados en sus armaduras de colores, anónimos bajo sus cascos salpicados de barro.

Volvemos.

En el teléfono cae una señal de llamada perdida. La cobertura es defectuosa en esta geografía. Es un amigo que intenta ponerse en contacto con nosotros. Le llamamos. La exclamación. La sorpresa, la incredulidad, el sinsentido, el dolor es apenas atisbado a lo lejos, porque el dato no viene aún acompañado por la emoción, que se resiste a venir a su encuentro. La emoción, que camina más lenta que la vida.

Es sábado y hace frío. En su casa, apaciblemente, tan vivo un minuto antes como lo estamos nosotros ahora, un hombre bueno ha muerto.

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