jueves, 4 de marzo de 2010

Texto Homenaje a Javier


IN MEMORIAM



Hay veces en que los acontecimientos nos sobrepasan y tenemos que escondernos detrás de las palabras y ésta es una de ellas.
Por eso estoy aquí. Soy el Teatro del Matadero —no una persona—. Mi voz es la voz de decenas de personas que amamos algo tan indefinible como el teatro y que acompañamos ahora —o él nos acompañó a nosotros— a Javier... Porque para mí fue Javier, “El Bali” sería después.
Nuestro encuentro fue en mayo de 1983, en una Muestra de Teatro para la Juventud. Mi memoria está ya un poco seca, pero me suena que el texto que representaban era de Arrabal.
Lo vi y fue un amor a primera vista, en este caso unidireccional. Él no sabía que, desde ese momento, su vida iba a ser distinta, porque en mí encontró la síntesis que él buscaba y que no había sabido todavía definir: el teatro y la música.
Música y teatro, que marcarían el fluir de su vida. Posiblemente su vida hubiese sido otra, un cuadro medio en una empresa de la especialidad que había estudiado. Me encontró y todo cambió. Conmigo descubrió el arduo trabajo de los ensayos, las risas en los parones, los nervios de los estrenos, el sabor de los aplausos, la satisfacción de la entrega y la amargura de los fracasos. El saber que estaba participando en el despegue cultural de su ciudad y el suyo propio.
Los ochenta fueron nuestros... Trabajos duros, a veces arriesgados... “La vida es cuento y los cuentos, cuentos son”, un título largo que escondía algunos cuentos del Decamerón de Bocaccio; una obra polémica y que nos costó algún disgusto, pero ése fue nuestro despegue. De una representación que fue grabada en vídeo hemos rescatado una canción que él interpretó con un estribillo tan moderno o tan antiguo como éste:

No es pecado fornicar
Acuérdate cuando te vayas a acostar
No es pecado joder después de comer
No es pecado entrar en una mujer
No es pecado, no es pecado

Lo vais a ver machacando los compases para que Pepa entrara justo a tiempo. Cosas del directo...
En el 85 tocaba un cambio de estilo, y ahí estaba él asumiendo el papel de un galán maduro, El Comodoro, que chuleaba a las adineradas y solitarias damas que lo solicitaban en el ¡Oh papá pobre papá...! Lo demás todo fluyo solo: dos Valle-Inclán seguidos (era el año del Centenario y nos la jugamos con Romance de Lobos y Divinas palabras, en donde el ciego de Gondar, un pícaro buscavidas, no dejaba de palpar a toda moza que pasara por delante); y en el 87, una obra que le acompañará hasta ayer mismo: Ñaque o de piojos y actores. Ríos ¡qué personaje! Creo que nadie ha sabido captar la picaresca española y la soledad de los personajes de Beckett como él; su versatilidad le hacía pasar de un estado a otro con un simple gesto en segundos. Creo que aquí dio su do de pecho, se estiró y creció como actor.
Con el Catalinón de El burlador de Sevilla de Tirso, demostró la cantidad de recursos que un actor debe tener conjurándose con los graciosos del teatro clásico español.
Le quedaba hacer de Don Juan, pero tenía que ser uno muy especial, claro; su físico no era el más adecuado para un Don Juan al uso... Y otra vez apareció Valle-Inclán con su Juanito Ventolera de Las galas del difunto, un repatriado de la guerra de Cuba, que sin tener donde caerse muerto, profana las tumbas de los muertos por una apuesta y se juega la vida a la ruleta de la fortuna.
En el 90, Tartufo, una obra que fue premiada allí por donde pasó, gracias a su enfoque del personaje y a la variedad de matices en su interpretación. Glosamos las palabras del crítico del diario de Guadalajara: “El Tartufo de Molière ha sido la obra estrella del Certamen Arcipreste de Hita por su excelente puesta en escena, su interpretación y su popularidad”. En este certamen premiaron como mejor actriz a nuestra adorable Quica.
En el 95, un trabajo titánico pero muy gratificante [que] nos hizo cambiar de registro. Y ahí estaba él, con su cara de vendedor de coches, pero vendiendo casas, haciendo las delicias de una ingenua empleada de Hacienda que se llevaba los expedientes hasta para el revolcón. Una complicada obra que nos llevó a maltraer hasta el día del estreno. Después, todo fueron risas, las del público y esas otras suyas que nos llenaron a todos. Él lo recordaba siempre. El año siguiente, nos arriesgamos con una obra rara para Javier, un reto que suponía un cambio radical, un personaje complejo, un fracasado, el primero de los que hará Mauro, el de un policía franquista acusado de torturas en la transición española. Un mano a mano entre dos actores, dos hermanos, el que les habla esta noche y el que nos falta esta noche. Edmundo Chacour dijo de su trabajo “...Mauro encontró en Javier el desgarro y la sensibilidad, un actor que cumple la máxima teatral: no hizo teatro. Dio sinceridad a raudales, posiblemente una de las mejores interpretaciones que recuerdo de su larga trayectoria”. Antonio Arco, en La Verdad: “A Javier Balibrea se debe la interpretación más personal, interesante y discutible, en buena parte por las singulares características físicas, por su catálogo de gestos, que conducen al personaje por el camino de una comicidad dramática que lo humaniza en mitad de su cacao psicológico/mental”. Creo que queda poco por decir de la excelencia de su trabajo en esta obra... Lo podréis comprobar en el fragmento que veremos luego. Javier está ya cuajado y listo para el vuelo profesional.
En estos años su actividad es frenética: hace teatro, vende discos, pone copas, pincha discos. Su mundo se ensancha, trabaja con otros grupos, intenta la profesionalización; pero siempre está con nosotros, nos mima, nos quiere y nos echa una mano en todo cuanto le pedimos. Coquetea con la televisión, hace una serie —En busca del Talismán— en donde interpreta a El Capitán Sin Memoria.
Colabora con el Aula de Teatro de la Universidad de Murcia estrenándose con La taberna fantástica de Alfonso Sastre. Tuvo la suerte de que el autor elogiase su trabajo y dijese que era la primera vez que veía su obra como él la concibió y que ese Rogelio le había parecido el más completo de palabra y gesto que había visto nunca. Trabaja con César Oliva en un juguete cómico de los Álvarez Quintero: Noviazgo, boda y divorcio, dentro del espectáculo A media risa.
Mis viejas tablas han cumplido un ciclo. Por mí han pasado una gran cantidad de actores y actrices que hoy trabajan en distintos grupos o compañías, y me planteo desaparecer, pero las ideas —y yo soy una de ellas—, no desaparecen, sólo cambian, como la energía... En 2004, surge el cambio, y otra vez nos encontramos con renovadas ganas de hacer algo juntos: remontamos un viejo trabajo —Ñaque—; y montamos a la vez, con nuevos actores, La extraña pareja; un musical, La noche del fuego, una renovada mirada sobre La noche de San Juan de Dagoll Dagon; Los senderos de Lorca, una revisión del García Lorca mínimo; y Una farola en el salón, un formidable despliegue de recursos de un actor pleno, maduro e irrepetible: seis, o quizá siete, personajes pasan por delante de nosotros dejándonos el poso de la comicidad plena de inventiva de los viejos cómicos y de los nuevos. Todo un alarde interpretativo, difícil de olvidar. Y nuestro último encuentro: el estreno de Dom Juan. Ya casi no puedo hablar... porque tengo delante la foto del mendigo, una imagen de dolor interior que el personaje tenía... y ésa es su cara... ahí está. Toda su vida comigo ahora, ya no podré cambiar; sólo podré decir como Ríos en Ñaque:
Solano.- Entonces... ¿Nos olvidarán?... ¿Nos olvidarán?
Ríos.- Puede que ya... estén olvidándonos.
Esperemos que esto no pase con Javier y que siempre veamos su sonrisa a nuestro lado.
Adiós.

No hay comentarios:

Publicar un comentario